Toni (Adel Karam), cristiano libanés, alquila con su esposa embarazada una pieza en un barrio de Beirut. Un día, mientras él riega las plantas en su balcón, un poco de agua cae sobre Yasser (Kamel El Basha), refugiado palestino que estaba trabajando como capataz de obras. Después de un intento fallido por reparar su cañería, producto de la mala predisposición del inquilino, Yasser lo insulta. Toni le exige una disculpa que no llega. Con el orgullo vulnerado, el libanés presenta el asunto ante la justicia. Inmediatamente, un conflicto que parecía ser trivial y anecdótico se tornará violento y tomará mayor magnitud, abriendo viejas heridas que amenazan con agrietar una nación.
El insulto, película dirigida por Ziad Doueiri, sigue los argumentos que tiene cada protagonista para defender su versión de los hechos y reclamar justicia. Este conflicto está innegablemente atravesado por el trauma que los distintos escenarios de la guerra civil libanesa le provocaron a ambos en su juventud. Toni y Yasser, de naturalezas fanática y estoica respectivamente, pertenecen a ideologías que discurren en sentidos opuestos. Sin embargo, comparten un mismo objetivo: mantener su integridad intacta.
Una historia que se nutre de ideologías políticas enfrentadas no es novedad en la industria cinematográfica (Goodbye, Lenin!, También la lluvia). Sin embargo, el relato de Doueiri se vuelve atractivo en tanto va más allá de la tensión militar y explora aspectos de la naturaleza humana como el orgullo, el perdón, y las pasiones latentes en la sangre.
En cuanto al guión, es difícil no percibir que, aunque nítido, peca en ciertos momentos de ambicioso: la atmósfera dramática que se vive en los tribunales termina sofocando al espectador cuando los equipos de abogados comienzan a valerse de situaciones de extrema sensibilidad para herir de manera innecesaria a la parte contraria. El conjunto de revelaciones traumáticas e hirientes que se presentan en este circo mediático remite claramente a la convención dramática de Hollywood: primeros planos de lágrimas cayendo, episodios breves de violencia de los cuales se puede prescindir, entre otros. A pesar de los golpes bajos que articula la defensa, exponiendo tanto la privacidad de los personajes como algunos capítulos olvidados de la guerra civil, El insulto construye un clima de ebullición que mantiene la tensión y la adrenalina vivas en cada escena.
La labor actoral, por otra parte, es digna de ser subrayada. Ambos protagonistas comprenden y expresan a la perfección las circunstancias que llevan a sus personajes a reaccionar de maneras distintas en un mismo lugar. Saben a ciencia cierta que la provocación del otro es la semilla de su propia expresión; dado que a ninguno de los dos le corresponde cuidar la sensibilidad del otro, responden a discursos incendiarios con otros aún más tajantes para defender su honor. Más aún, los actores se adentran en las profundidades de la naturaleza humana de manera crítica, a partir de observaciones rigurosas guiadas por el director.
Ziad Doueiri construye, esencialmente, un film que se rige en todo momento por el principio de acción – reacción. Responden con obstinación a cada palabra, movimiento, silencio, sin el menor indicio de querer dar el brazo a torcer. La violencia y el prejuicio que sufrieron en el pasado no les permite olvidar fácilmente. Ambos protagonistas cargan con el peso de una historia sensible que los mantiene vulnerables y los expone a las severas consecuencias de su intransigencia. ¿El desafío? Hacer a un lado las raíces que empantanan su juicio para poder, finalmente, dar vuelta la página.
Por: Mile Todaro.